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Spanish to German: Rezension des Romans "Las putas tristes" von Gabriel García Márquez (Rezensent: Alexis Márquez Rodríguez) General field: Art/Literary Detailed field: Poetry & Literature
Source text - Spanish Las putas tristes de García Márquez
por Alexis Márquez Rodríguez
I
El tema de la prostitución es relativamente viejo en la narrativa hispanoamericana. Por una feliz coincidencia, las dos primeras novelas que tratan el tema aparecieron el mismo año, 1902, Santa, del mexicano Federico Gamboa (1864-1939), y Juana Lucero, del chileno Augusto D’halmar (1880-1950). Ambas novelas narran la vida de sendas prostitutas y describen el mundo del prostíbulo. Las dos, además, muestran una clara influencia de Emilio Zola y el Naturalismo. La protagonista de Juana Lucero, por ejemplo, en algún momento de la narración adopta el nombre de Naná, como el personaje que da título a una de las más celebradas novelas de Zola.
Después vinieron otras, como Nacha Regules (1919), del argentino Manuel Gálvez (1882-1962), también bajo la clara influencia de Zola. Pero, en realidad, en Hispanoamérica el tema de la prostitución y de la vida de las prostitutas ha sido por muy largo tiempo una especie de tabú, por lo que hay pocas novelas importantes que traten de ello.
En Venezuela el primero en meterse a fondo en el tema fue Guillermo Meneses (1911-1978), primero con su novela corta La balandra Isabel llegó esta tarde (1934), pero sobre todo con su cuento La mano junto al muro (1951).
II
De ahí que la más reciente novela de Gabríel García Márquez, Memoria de mis putas tristes, haya despertado un gran interés, además del que habitualmente causan todas sus escrituras. El solo hecho de poner en su título la palabra puta, con todas sus letras, ha causado tal impacto, que casi podría decirse que ha armado un escándalo. ¿Intencionalmente? Quizás. Y digo casi, porque hace tiempo estoy convencido de que hoy en materia de literatura no hay nada que sea capaz de causar un verdadero escándalo.
Pero lo más curioso es que, a pesar de esa palabra en el título, esta novela de García Márquez no es propiamente sobre la prostitución y la vida de las prostitutas. De ello se habla allí, por supuesto. Se mencionan varias putas relacionadas con el protagonista, y no es nada aventurado ni indiscreto decir que tales referencias son evidentemente autobiográficas. También, aunque en menor medida, se habla del ambiente del prostíbulo. Sin embargo, no hay duda de que el tema central de la novela es el amor, no importa que para ello el novelista se valga de la relación, en cierto modo anormal, entre un anciano de noventa años y una puta adolescente, de la cual, por cierto, es dable dudar que pueda llamársele realmente puta. La niña atraviesa toda la novela siendo virgen, hasta el final. Y cabe preguntarse, ¿puede ser puta una virgen? O a la inversa: ¿puede ser virgen una puta? Novela de amor, pues esto ya lo han dicho otros, y yo agrego que de la ternura.
Aquella relación comienza siendo un simple caso de prostitución: el anciano quiere celebrar sus noventa años con una especie de orgía prostibularia, "una noche libertina" como él mismo dice (p. 15), pero con una virgen, y para ello recurre a una vieja amiga patrona de burdel. Parece evidente que aquel anciano, que ha sido un insigne y experimentado putañero, nunca se había acostado con una virgen, y no quiere irse del mundo sin hacerlo aunque fuese una vez. Sólo que, desde la primera noche, el anciano sufre podría decirse de una crisis de ternura al ver la niña desnuda y dormida, y prefiere dedicarse a su contemplación así, dormida y desnuda, noche tras noche, durante todo un año.
Pero esa inocente contemplación mucho más que un simple acto de voyeurismo se va trocando en amor, puesto de manifiesto en aquel nonagenario casi como un amor de adolescente. Y de hecho lo es, porque a su edad nunca antes se había enamorado de verdad. Él mismo lo confiesa: "Hoy sé que no fue una alucinación sino un milagro más del primer amor de mi vida a los noventa años" (p. 62).
Mas aquel amor, que en un anciano no tiene por qué sorprender, prende también en la muchacha, algo menos verosímil: "Esa pobre criatura está lela de amor por ti", le dice Rosa Cabarcas, su vieja amiga patrona de burdel (p. 109).
Al final de la novela, muy garcíamarquiano, como toda ella, queda un tanto en suspenso lo que podría ocurrir después, sutilmente sugerido: "Era por fin la vida real, con mi corazón a salvo, y condenado a morir de buen amor en la agonía feliz de cualquier día después de mis cien años", dice justo al cierre del relato su protagonista.
Aquel amor se da en el anciano con una fuerza arrolladora, como un amor adolescente, tal como ya dije. En un pasaje de la novela el protagonista confiesa: "Era tal mi desvarío, que en una manifestación estudiantil con piedras y botellas, tuve que sacar fuerzas de flaqueza para no ponerme al frente con un letrero que consagrara mi verdad: Estoy loco de amor" (p. 66/67). Y en otra ocasión describe su amor, ya más en el plano erótico, con una intensidad admirable: "la besé por todo el cuerpo hasta quedarme sin aliento: la espina dorsal, vértebra por vértebra, hasta las nalgas lánguidas, el costado del lunar, el de su corazón inagotable. A medida que la besaba aumentaba el calor de su cuerpo y exhalaba una fragancia montuna. Ella me respondió con vibraciones nuevas en cada pulgada de su piel, y en cada una encontré un gemido nuevo, y toda ella resonó por dentro con un arpegio y sus pezones se abrieron en flor sin tocarlos" (p. 72). Tampoco es, pues, un amor platónico.
III
Otro de los temas que García Márquez trata en esta novela es el del envejecimiento del ser humano. Es en cierto modo tema secundario en relación con el del amor, que es el principal, pero es igualmente de mucha importancia, hasta el punto de ser una de las claves esenciales en el desarrollo del relato. No es como en la excelente novela Viejo, de Adriano González León, que fue escrita con el deliberado propósito de tratar el tema, y en torno de este se teje todo lo demás. En la de García Márquez el asunto del envejecimiento es mas bien como un telón de fondo, sobre el cual se desarrolla la trama novelesca acerca del amor. Pero, por supuesto, entre ambos existe una permanente interacción, pues el tema amoroso aquí tiene un valor peculiar, precisamente porque se trata de un anciano de noventa años y una niña de catorce, enamorados de una manera singular, como si ambos, y no sólo ella, fuesen adolescentes.
El paso del tiempo se insinúa a cada momento, sin referencias directas, pero con indicios precisos, como en el buen cine, desde el arranque de la novela, cuando el anciano llama a Rosa Cabarcas, la vieja patrona de burdel, y esta le dice: "Ay, mi sabio triste, te desapareces veinte años y sólo vuelves para pedir imposibles" (p. 9). Y luego, como mostrando que el transcurso del tiempo no ha sido inocuo, y que son otros los valores y las costumbres, incluidos los relativos al sexo, agrega: "Los únicos Virgos que van quedando en el mundo son ustedes los de agosto" (p. 10).
Podría creerse sería lo lógico que un viejo de noventa años que pretende celebrar su aniversario con una orgía y la complicidad de una niña de catorce, que además era virgen, no es sino un viejo verde, concupiscente y salaz. Pero no es así. El mismo protagonista innominado sólo se conoce el apodo que una vez le pusieron sus alumnos de Literatura: Mustio Collado, en referencia a un verso de Rodrigo Caro en A las ruinas de Itálica: "Estos, Fabio, ay dolor, que ves ahora, / campos de soledad, mustio collado, / fueron un tiempo Itálica famosa", que él les recitaba con frecuencia en sus clases se encarga, también al comienzo, de disipar tales sospechas: "Aquel fue el principio de una nueva vida a una edad en que la mayoría de los mortales están muertos" (p. 10). Es decir, que él tenía conciencia de su vejez, como se demuestra reiteradamente a lo largo de la novela. Hay incluso un momento en que él mismo empieza a pasar revista a su vida década por década: "Empecé a medir la vida no por años sino por décadas. La de los cincuenta había sido decisiva porque tomé conciencia de que casi todo el mundo era menor que yo. La de los sesenta fue la más intensa por la sospecha de que ya no me quedaba tiempo para equivocarme. La de los setenta fue temible por una cierta posibilidad de que fuera la última. No obstante, cuando desperté vivo la primera mañana de mis noventa años en la cama feliz de Delgadina, se me atravesó la idea complaciente de que la vida no fuera algo que transcurre como el río revuelto de Heráclito, sino una ocasión única de voltearse en la parrilla y seguir asándose del otro costado por noventa años más" (p. 103). (Delgadina es el nombre postizo que el anciano le había puesto a la muchacha, evocando un viejo romance español de tradición morisca, que ha dado origen a tonadas, valses y obras de teatro, especialmente en México y otros países centroamericanos).
Aquel personaje tiene, pues, conciencia de su vejez, y el proceso en que esta se va desarrollando progresivamente se describe en la novela con una gran precisión, en términos que cualquier lector de más de cincuenta años podría apropiárselos: "Los síntomas del amanecer habían sido perfectos para no ser feliz: me dolían los huesos desde la madrugada, me dolía el culo, y había truenos de tormenta después de un mes de sequía" (pp. 12/13). O bien: "Me acostumbré a despertar cada día con un dolor distinto que iba cambiando de lugar y forma a medida que pasaban los años" (p. 14). Y aún: "Empecé a sentir el peso de mis noventa años, y a contar minuto a minuto los minutos de las noches que me hacían falta para morirme" (p. 33). Y todavía más adelante: "La verdad era que no podía con mi alma, y empezaba a tomar conciencia de la vejez por mis flaquezas frente al amor" (p. 85).
Sin embargo, no se piense que esas "flaquezas frente al amor" son de tipo físico o disfuncionales, pues si bien el anciano se arrepiente es un decir de su propósito inicial de desvirgar una niña como apoteosis de su nonagésimo aniversario, no es porque le fallasen sus bríos viriles, sino por alguna otra causa que transforma su rijosidad en ternura. Hay un pasaje en la novela que dice claramente que no se trata de un episodio de impotencia: "Traté de apartarle las piernas con mi rodilla por una tentación imprevista. En las dos primeras tentativas se opuso con los muslos tensos. Le canté al oído: La cama de Delgadina de ángeles está rodeada. Se relajó un poco. Una corriente cálida me subió por las venas, y mi lento animal jubilado despertó de su largo sueño" (p. 31).
Además, él nunca se preocupó por el sexo desde el punto de vista de la potencia erótica, porque se atenía a lo que juzgaba una sabia realidad: "Mi edad sexual no me preocupó nunca, porque mis poderes no dependían tanto de mí como de ellas, y ellas saben el cómo y el porqué cuando quieren" (p. 15).
IV
También en relación con el estilo esta novela sigue siendo consecuentemente garcíamarquiana. Lo primero que al respecto quisiera decir es que en ella no hay nada de realismo mágico. Y en eso, contrariamente a lo que pudiera pensarse, también García Márquez se muestra consecuente con su escritura pasada. En tal sentido quiero insistir en algo que en otras ocasiones he señalado, y es que en realidad la única de sus novelas en que García Márquez rinde tributo al realismo mágico es Cien años de soledad, en un grado tal que esta novela bien puede tenerse como el más notorio paradigma de esa tendencia estilística: Cien años de soledad es por antonomasia el realismo mágico. En sus restantes narraciones, novelas y cuentos por igual, con insignificantes excepciones, García Márquez se ubica mas bien dentro de lo real maravilloso, que es distinto del realismo mágico, aunque algunos críticos y teóricos de la literatura, más por capricho que con razones, aún se empeñen en confundirlos o identificarlos, como si fuesen dos denominaciones de un mismo fenómeno.
No voy a entrar, por supuesto, en la dilucidación de ese asunto, sobre el cual he escrito decenas de páginas. Diré solamente que mientras el realismo mágico es un procedimiento estilístico, que se basa en una deformación intencional de la realidad natural o social mediante recursos como la exageración (hipérbole), o la grotesquización (conversión de la realidad en grotesca), entre otros, lo real maravilloso, postulado en 1948 por Alejo Carpentier, se limita a transcribir tal como es una realidad per se insólita, sin exagerar ni grotesquizar nada, sino mostrando simplemente las aristas insólitas, intrínsecamente maravillosas, de esa realidad.
El realismo mágico, en consecuencia, cuya formulación inicial en relación con la narrativa la hizo Arturo Úslar Pietri también en 1948, supone una invención fantasiosa por el artista (el novelista en este caso), que de hecho convierte en supuestamente mágico lo que de cierto no lo es, mientras que lo real maravilloso elude la invención y la fantasía, porque lo maravilloso de lo que narra o describe está en ello mismo, y el artista es sólo una especie de fotógrafo o cronista de aquella realidad, mediador entre esta y el lector, aunque para ello se requieren, desde luego, rasgos especiales, dentro de una especial sensibilidad estética, que no todo ser humano, aunque sea artista, posee.
Ahora bien, ¿qué hay de inventado o fantasioso, es decir, de mágico, en lo que se narra y describe en Memorias de mis putas tristes? La trama en su conjunto, es decir, lo anecdótico puede haber sido inventado imaginativamente por García Márquez, pero imaginación no es fantasía. Y lo que allí se narra y describe, si bien puede parecer insólito y maravilloso, es verosímil, es perfectamente real, en el sentido de que aquellos hechos son creíbles, y aunque no hayan ocurrido así en la vida real, muy bien pudieron haber ocurrido, porque no hay nada en ellos que contraríe las leyes de la naturaleza y los haga imposibles de ocurrir.
Lo mismo ocurre, mutatis mutandi, en las otras novelas de García Márquez, salvo Cien años de soledad. Sólo en ésta hallamos innumerables personajes y episodios que no pudieron haber sido u ocurrido como allí se los muestra, pero que son personajes y episodios supuestamente mágicos, porque el novelista tomó unos seres y unos sucesos de evidente realismo, y los convirtió, con el solo recurso de la exageración hiperbólica, en sobrenaturales, es decir, en mágicos, y por tanto en inexistentes, salvo en lo que atañe a la existencia estética.
(…)
http://www.analitica.com/va/arte/oya/9523023.asp
Translation - German García Márquez’ traurige Huren
von Alexis Márquez Rodríguez
I
Das Thema Prostitution ist in der lateinamerikanischen Prosa relativ alt. Zufälligerweise erschienen die ersten zwei Romane, die das Thema behandeln, im Jahr 1902, „Santa“ vom Mexikaner Federico Gamboa (1864-1939) und „Juana Lucero“ vom Chilenen Augusto D’halmar (1880-1950). Beide Romane erzählen jeweils das Leben einer Prostituierten und beschreiben die Welt des Bordells. Außerdem sind beide deutlich von Émile Zola und dem Naturalismus beeinflusst. Die Protagonistin von „Juana Lucero“ nimmt im Verlauf der Handlung z. B. den Namen „Naná“ an, den Namen der Figur, die einem der berühmtesten Romane von Zola den Titel liefert.
Danach kamen andere wie „Nacha Regules“ (1919) vom Argentinier Manuel Gálvez (1882-1962), ebenfalls stark beeinflusst von Zola. Aber in Wirklichkeit war das Thema Prostitution und Leben der Prostituierten lange Zeit eine Art Tabu in den spanischsprachigen Staaten Süd- und Mittelamerikas, weshalb es wenige Romane gibt, die davon handeln.
In Venezuela war Guillermo Meneses (1911-1978) der erste, der dem Thema auf den Grund gegangen ist, zunächst mit seiner Novelle „La balandra Isabel llegó esta tarde“ (1934), aber besonders mit seiner Erzählung „La mano junto al muro“ (1951).
II
Deshalb hat der jüngst erschienene Roman von Gabriel García Márquez „Erinnerung an meine traurigen Huren“ ein noch größeres Interesse geweckt, als es seine Bücher gewöhnlich hervorrufen. Allein die Tatsache, dass er das Wort „Hure“ mit allen Buchstaben im Titel verwendet, hatte solch eine Wirkung, dass man fast sagen könnte, dass es einen Skandal ausgelöst hat. Mit Absicht? Vielleicht. Und ich sage „fast“, weil ich schon lange davon überzeugt bin, dass es heutzutage nichts in der Literatur gibt, was einen wirklichen Skandal verursachen könnte.
Aber das Merkwürdigste ist, dass dieser Roman von García Márquez trotz dieses Wortes im Titel nicht wirklich von Prostitution und dem Leben von Prostituierten handelt. Selbstverständlich wird darin davon gesprochen. Es werden einige Prostituierte erwähnt, die mit dem Protagonisten in Verbindung stehen, und es ist überhaupt nicht gewagt oder indiskret, zu sagen, dass diese Angaben eindeutig autobiografisch sind. Außerdem wird, wenn auch in geringerem Maße, vom Bordellmilieu geredet. Trotzdem gibt es keinen Zweifel daran, dass das zentrale Thema des Romans die Liebe ist. Es spielt dabei keine Rolle, dass der Autor dazu eine in gewisser Weise anormale Beziehung zwischen einem alten Mann von neunzig Jahren und einer minderjährigen Hure schildert, wobei es übrigens zu bezweifeln ist, ob man sie wirklich „Hure“ nennen kann. Das Mädchen bleibt während des ganzen Romans Jungfrau, bis zum Schluss. Und man fragt sich: Kann eine Hure eine Jungfrau sein? Oder umgekehrt: Kann eine Jungfrau eine Hure sein? Ein Roman über die Liebe, das haben schon andere gesagt, und ich füge hinzu: über die Zärtlichkeit.
Die Beziehung beginnt mit simpler Prostitution: Der Alte will seinen neunzigsten Geburtstag mit einer Art Bordellorgie feiern, „mit einer libertinen Nacht“ (S. 19), wie er selbst sagt, aber mit einer Jungfrau. Er wendet sich hierzu an eine alte Freundin, die ein Bordell betreibt. Es scheint offensichtlich, dass dieser Alte, der sein Leben lang ein bekannter und erfahrener Hurenbock war, noch nie mit einer Jungfrau geschlafen hat, und er möchte nicht von dieser Welt gehen, ohne es getan zu haben, und sei es nur einmal. Doch seit der ersten Nacht leidet der Alte unter, sagen wir, einem Anfall von Zärtlichkeit, als er das Mädchen nackt und schlafend sieht, und er zieht es vor, das Mädchen anzuschauen, schlafend und nackt, Nacht für Nacht, ein ganzes Jahr lang.
Aber dieses unschuldige Anschauen, das viel mehr als simpler Voyeurismus ist, verwandelt sich in Liebe, die sich beim Neunzigjährigen beinahe wie die Liebe eines Jugendlichen äußert. Und eigentlich ist sie das auch, denn in seinem Alter war er vorher noch nie verliebt. Er selbst gibt zu: „Heute weiß ich, das war keine Halluzination, sondern ein weiteres Wunder der ersten Liebe meines Lebens mit neunzig Jahren” (S. 86).
Aber diese Liebe, die einen alten Mann nicht überraschen sollte, erfasst auch auch das Mädchen, was etwas unglaubwürdiger ist: „Dieses arme Geschöpf ist ganz närrisch vor Liebe nach dir“ (S. 160), sagt Rosa Cabarcas, seine alte Freundin und Bordellbetreiberin, zu ihm.
Am Ende des Romans, der wie der ganze Roman typisch für García Márquez ist, bleibt ungeklärt, was danach passieren könnte. Es wird subtil angedeutet: „Das war endlich das wirkliche Leben, mein Herz war gerettet und dazu verdammt, an wahrer Liebe zu sterben, in glücklicher Agonie, an irgendeinem Tag nach meinem hundertsten Geburtstag“ (S. 160), sagt der Protagonist am Ende seiner Erzählungen.
Diese Liebe hat beim Alten eine überwältigende Kraft, und zwar, wie ich bereits sagte, wie die Liebe eines Jugendlichen. An einer Stelle im Roman gibt der Protagonist zu: „Mein Wahn ging so weit, dass ich bei einer Studentendemonstration, als Steine und Flaschen flogen, Kraft aus meiner Schwäche ziehen musste, um nicht mit einem Schild vorneweg zu stürmen, das meine Wahrheit ausposaunte: Ich bin verückt vor Liebe“ (S. 94). Und an einer anderen Stelle beschreibt er seine Liebe – jetzt eher auf erotische Weise – mit einer erstaunlichen Intensität: „[…] und küsste sie am ganzen Körper, bis ich außer Atem war: das Rückgrat, Wirbel um Wirbel, bis zu dem schmachtenden Gesäß, die Seite mit dem Muttermal und die ihres unermüdlichen Herzens. Indes ich sie küsste, wurde ihr Körper heißer und verströmte einen wilden Duft. Sie antwortete mir mit immer neuem Beben auf jedem Zollbreit ihrer Haut, und jedes Mal fand ich eine andere Wärme, einen besonderen Geschmack vor, ein neues Stöhnen, das ganze Geschöpf hallte im Innern wider wie bei einem Arpeggio, und ohne berührt zu werden, blühten ihre Brüstchen auf“ (S. 102/103). Es ist also auch keine platonische Liebe.
III
Ein weiteres Thema, das García Márquez in diesem Roman behandelt, ist das des Alterns des Menschen. Im Vergleich zu der Liebe, die das Hauptthema ist, ist es gewissermaßen zweitrangig, aber es ist genauso bedeutungsvoll und gehört sogar zu den Schlüsselelementen in der Entwicklung der Geschichte. Es ist nicht wie in dem hervorragendem Roman „Viejo“ von Adriano González León, der mit der Absicht geschrieben wurde, dieses Thema zu behandeln, und alles andere spielt sich darum herum ab. Im Roman von García Márquez ist das Thema des Alterns eher wie der Hintergrund, vor dem sich die Romanhandlung in Bezug auf die Liebe entwickelt. Aber selbstverständlich besteht zwischen beiden eine permanente Wechselwirkung. Das Liebesthema hat hier einen besonderen Wert, eben weil es sich um einen alten Neunzigjährigen und ein vierzehnjähriges Mädchen handelt, die auf eine einzigartige Weise ineinander verliebt sind, als wären beide, und nicht nur sie, Jugendliche. Das Voranschreiten der Zeit zeichnet sich in jedem Moment ab, ohne konkrete Hinweise, aber, wie im guten Kino, mit eindeutigen Anspielungen vom Beginn des Romans an, als der Alte Rosa Cabarcas anruft, die alte Bordellbetreiberin, und diese zu ihm sagt: „Ach, du trauriger Gelehrter, zwanzig Jahre lang bist du verschwunden, dann tauchst du wieder auf und verlangst Unmögliches“ (S. 10). Und später, um zu zeigen, dass der Verlauf der Zeit nicht unschädlich war und dass die Werte und Bräuche, auch die Sex betreffend, andere geworden sind, fügt sie hinzu: „Die einzigen Jungfrauen, die es auf der Welt noch gibt, seid ihr, die im August geborenen“ (S. 10).
Man könnte glauben, es sei klar, dass ein alter Neunzigjähriger, der versucht, seinen Geburtstag mit einer Orgie zu feiern, an der ein vierzehnjähriges Mädchen teilnehmen soll, die außerdem noch Jungfrau sein soll, nicht mehr als ein lüsterner Alter ist, gierig und geil. Aber so ist es nicht. Der unbenannte Protagonist selbst, von dem man nur den Spitznamen „Mustio Collado“ kennt, den ihm seine Literaturschüler einmal in Anlehnung an einen Vers aus dem Lied „A las ruinas de Itálica“ von Rodrigo Caro gaben, das er ihnen oft im Unterricht vortrug („Estos, Fabio, ay dolor, que ves ahora, /campos de soledad, mustio collado, /fueron un tiempo Itálica famosa), sorgt, ebenfalls zu Beginn, dafür, solche Verdächtigungen zu vertreiben: „[…] damit [begann] ein neues Leben, und das in einem Alter, in dem die meisten Sterblichen schon tot sind“ (S.10). Das heißt, er war sich seines Alters bewusst, wie sich im Laufe des Romans wiederholt zeigt. Es gibt sogar eine Stelle, an der er selbst beginnt, sein Leben Jahrzehnt für Jahrzehnt zu betrachten. „Von da an zählte ich das Leben nicht nach Jahren, sondern nach Jahrzehnten. Das sechste war entscheidend, weil mir damals bewusst wurde, dass fast alle jünger waren als ich. Das siebte war das intensivste, wegen des Verdachts, keine Zeit mehr für Irrtümer zu haben. Das achte war beängstigend, weil die Möglichkeit bestand, dass es das letzte war. Als ich aber am ersten Morgen meiner neunzig Jahre in Delgadinas glücklichem Bett erwachte, ging mir der wohltuende Gedanke durch den Kopf, das Leben sei nicht der unruhige Fluss, den Heraklit beschreibt, sondern eine einzigartige Gelegenheit, sich auf dem Rost umzudrehen und neunzig weitere Jahre auf der anderen Seite zu braten“ (S.150/151). (Delgadina ist der Spitzname, den der Alte dem Mädchen gegeben hat und mit dem er an eine alte spanische Romanze der Moriskentradition erinnert, der Lieder, Walzer und Theaterstücke ihre Entstehung verdanken, besonders in Mexiko und anderen Ländern Mittelamerikas).
Die Figur ist sich also ihres Alters bewusst und der Prozess, in dem diese sich progressiv entwickelt, wird im Roman mit großer Präzision beschrieben, mit Begriffen, die jeder Leser, der älter als 50 Jahre ist, sich zu eigen machen könnte: „Die Symptome bei Tagesanbruch waren wie geschaffen, um nicht glücklich zu sein: Ich war wie gerädert, die Knochen schmerzten seit Mitternacht, der Hintern brannte, und nach drei regenlosen Monaten donnerte es bedrohlich“ (S. 15) oder „Ich gewöhnte mich daran, jeden Tag mit einem anderen Schmerz aufzuwachen, der, indes die Jahre vergingen, sich an immer neuen Stellen auf unterschiedliche Weise bemerkbar machte“ (S. 16/17). Und: „[…] ich [begann] das Gewicht meiner neunzig Jahre zu spüren und Minute um Minute die Minuten der Nächte zu zählen, die bis zu meinem Tod noch fehlten“ (S. 45). Und weiter hinten im Text: „In Wahrheit wusste ich nicht, wohin mit meinem Herzen, und wurde mir ob dieser Schwäche im Umgang mit der Liebe allmählich meines hohen Alters bewusst“ (S. 122/123).
Trotzdem denkt man nicht, dass diese „Schwäche im Umgang mit der Liebe“ körperlicher oder gesundheitlicher Art ist, denn obwohl der Alte sein anfängliches Vorhaben, als Höhepunkt seines neunzigsten Geburtstags, ein Mädchen zu entjungfern, bereut, wie man so sagt, so tut er dies nicht, weil ihm seine Manneskräfte versagen, sondern aus einem anderen Grund, der seine Lüsternheit in Zärtlichkeit verwandelt. Es gibt eine Stelle im Roman, an der klar gesagt wird, dass es sich nicht um Impotenz handelt: „Eine unverhoffte Erregung brachte mich darauf, mit dem Knie zwischen ihre Beine zu dringen. Den ersten zwei Versuchen widerstand sie mit angespannten Schenkeln. Ich sang in ihr Ohr: ‚Um das Bett von Delgadina schweben Engelchen im Chor’. Sie entspannte sich ein wenig. Warm strömte es durch meine Adern, und das träge pensionierte Tier erwachte aus seinem langen Schlaf“ (S. 42/43).
Außerdem machte er sich um Sex nie Sorgen unter dem Aspekt der erotischen Potenz, denn er verließ sich auf das, was er für eine weise Realität hielt: „Sexuell hat mir mein Alter nie große Sorgen gemacht, denn meine Manneskraft hing weniger von mir ab als von den Frauen, und sie wissen, worauf es ankommt, wenn sie wollen“ (S. 18).
IV
Auch, was den Stil betrifft, ist der Roman durchgehend typisch für García Márquez. Das erste, auf das ich dies betreffend hinweisen möchte, ist, dass man in ihm keinen Magischen Realismus findet. Und auch damit zeigt sich García Márquez, im Gegensatz zu dem, was man annehmen könnte, in Einklang mit seinen vorherigen Büchern. In diesem Zusammenhang möchte ich nochmals das betonen, was ich bei anderen Gelegenheiten bereits angedeutet habe, und zwar, dass in Wirklichkeit der einzige Roman, in dem García Márquez dem Magischen Realismus Tribut zollt, „Hundert Jahre Einsamkeit“ ist, in dem Maße, dass man diesen Roman als das offenkundigste Beispiel dieser Literaturgattung ansehen kann: „Hundert Jahre Einsamkeit“ ist schlechthin Magischer Realismus. Mit seinen übrigen Erzählungen, Romanen und Geschichten gleichermaßen ist García Márquez, mit unbedeutenden Ausnahmen, im Wunderbar Wirklichen einzuordnen, das sich vom Magischen Realismus unterscheidet, auch wenn einige Literaturkritiker und -theoretiker – mehr aus einer Laune heraus als begründet – die beiden Genres immer noch verwechseln oder gleichsetzen, als seien es zwei Bezeichnungen für die gleiche Sache.
Ich werde selbstverständlich nicht näher auf diese Angelegenheit eingehen, über die ich Dutzende von Seiten geschrieben habe. Ich werde nur sagen, dass der Magische Realismus ein stilistisches Verfahren ist, das unter anderem auf einer intentionalen Deformierung der natürlichen oder sozialen Wirklichkeit mittels Übertreibungen (Hyperbel) oder Grotesken (groteske Darstellung der Wirklichkeit) basiert. Das Wunderbar Wirkliche beschränkt sich hingegen darauf, so formulierte es 1948 Alejo Carpentier, eine per se ungewöhnliche Realität zu transkribieren, ohne irgendetwas zu übertreiben oder grotesk darzustellen. Es zeigt einfach die ungewöhnlichen, grundsätzlich wundervollen Ecken und Kanten dieser Realität auf.
Infolgedessen setzt der Magische Realismus, von dem Arturo Úslar Pietri 1948 erstmals in Bezug auf die Prosa sprach, eine fantasivolle Erfindung des Künstlers (in diesem Fall des Romanautors) voraus, der de facto etwas nicht Magisches in etwas eigentlich Magisches verwandelt. Das Wunderbar Wirkliche hingegen vermeidet die Erfindung und die Fantasie, denn das Wunderbare dessen, was es erzählt oder beschreibt, liegt in der Sache selbst. Der Künstler ist nur eine Art Fotograf oder Chronist dieser Realität, Vermittler zwischen dieser und dem Leser, obwohl dafür natürlich im Rahmen einer besonderen ästhetischen Sensibilität spezielle Eigenschaften erforderlich sind, die nicht jeder Mensch, sei er auch Künstler, besitzt.
Also was ist nun Erfundenes oder Fantasievolles, sprich Magisches, in dem Erzählten oder Beschriebenen in „Erinnerung an meine traurigen Huren“? Die Handlung insgesamt, also das Anekdotische, kann von García Márquez einfallsreich ausgedacht worden sein, aber Einfallsreichtum ist noch keine Fantasie. Und das, was da erzählt und beschrieben wird, wenn es auch ungewöhnlich und wunderbar erscheinen mag, ist glaubwürdig, ist absolut real, in dem Sinn, dass die Tatsachen glaubhaft sind. Und obwohl sie so nicht im wirklichen Leben passiert sind, hätten sie sehr gut so passieren können, weil nichts an ihnen den Naturgesetzen widerspricht oder sie unmöglich geschehen lassen könnte.
Das gleiche geschieht mutatis mutandi in den anderen Romanen von García Márquez, außer in „Hundert Jahre Einsamkeit“. Nur hier finden wir unzählige Figuren und Ereignisse, die es nicht so hätte geben oder die nicht so hätten passieren können, wie sie dort dargestellt werden, sondern vermeintlich magische Figuren und Episoden. Der Autor nahm einige eindeutig dem Realismus zugehörige Figuren und Ereignisse und verwandelte sie nur mit dem Mittel der hyperbolischen Übertreibung in übernatürliche, sprich in magische, und somit in nicht existierende Figuren und Ereignisse, abgesehen von der ästhetischen Existenz.
(…)
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Translation education
Master's degree - Linguistics, University of Bielefeld, Germany, Bachelor's degree - Translation (English, Spanish, French), University of Hildesheim, Germany and University of Las Palmas de Gran Canaria, Spain
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Years of experience: 15. Registered at ProZ.com: May 2008.
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