LA CIENCIA Y ARTE DE TRADUCIR:
ALQUIMISMO DE LA IDEA Y LA PALABRA.
No dejo de sorprenderme día a día cómo la tecnología nos está llevando hasta el infinito. Cientos de “traductores automáticos en línea” facilitan, a expertos y profanos, el trabajo y ejercicio de traducir de un idioma a otro cualquier texto sobre cualquier tema. Es claro para muchos, que no se podrá fácilmente sustituir la traducción siempre mucho más precisa de un profesional en el ramo. Por ello también los ofrecimientos de individuos y empresas que florecen en la web colocando sus servicios, y los usuarios, conscientes de que necesitan un producto, que en referencia a un lenguaje fuente, se presente en el lenguaje meta para que el destinatario lo entienda fácilmente y cumpla con ello su objetivo comunicativo o incluso de mercadotecnia.
Muy lejos estamos ya de aquellos monasterios con cientos de monjes amanuenses copiando textos sagrados y adornándolos profusamente con dibujos plenos de arte. Muy lejos de las limitaciones de tiempos y espacios, materiales y recursos económicos. Distantes de los usuarios de un libro traducido que muy pocos privilegiados podían tocar y disfrutar, bien por lo exorbitantemente costosos o por la carencia de educación, instrucción o cultura. ¿Cuántos individuos sabían leer y escribir? Por ello, para esos ayeres el mundo de la lectura, la redacción y la traducción, era verdaderamente una “magia”. La alquimia de los usuarios que por solo poseer alguna obra ya eran “sabios”.
El tiempo raudo, inexorable, nos pone aquí y ahora, a millares de nosotros, los modernos alquimistas de la palabra y de la idea, ya escrita ya oral, ejerciendo una profesión, que como todas, hacen mas moderno e indudablemente dócil nuestro diario vivir.
La comunicación vía internet expedita el intercambio de ideas, de definiciones, de truécanos con palabras de los cientos de idiomas en que el ser humano ahora usa en su propia cultura, país o localidad. Para ponerse de acuerdo y estandarizar ideas, o para refutar controvertidas expresiones y finalmente usarlas como decisión personal o rechazarlas incluso de los registros formales que las sociedades de estudiosos de las lenguas “pulen y dan esplendor”, pretendidamente para mejorar poco a poco y en forma razonada los usos, costumbres, dicción, sintaxis, y proponer, consecuentemente, las reglas, siempre cambiantes, que regirán el futuro de cada lengua.
Me preocupa, sin embargo, que algunos colegas, deslumbrados como yo, por la tecnología que a segundos luz obliga a la evolución y al cambio de todo en el ámbito de las costumbres; tratamos de caminar y avanzar con la misma rapidez, pero a algunos nos es prácticamente imposible caminar a ese paso tan ligero. Otros son los que marcan realmente la velocidad porque las máquinas son solo una creación del hombre que, hasta ahora, no pueden sobrepasar las cualidades del hombre creativo.
En el mundo internacional de la alquimia de los traductores e intérpretes expertos es ya esto ejercer una ciencia que, sin embargo, algunos olvidan lo mucho que tiene de arte, de creatividad e inventiva. Traductor de textos “a la antigua”, es decir consultando e investigando en diccionarios y enciclopedias, descubriendo qué palabras, por muy nuevas o modernas que se les crea, están en esos libros, pero enfrentándose a la cascada de información registrada en los sitios web y las “enciclopedias electrónicas” ya algunos preguntan y esperan una respuesta acorde a sus nuevas costumbres: tal o cual palabra, expresión o sentencia, la encontré y por lo tanto lo avala, tal o cual artículo o presentación. Tristemente y no lo escribo como denostación, pero quizá la mitad de las referencias que procuro verificar por recomendación de estos jóvenes colegas no provienen de fuentes veraces y verificadas, amén de mal entendidas en el idioma de origen y por ende mal traducidas al idioma del lector. Traducciones estas que nos están llevando, para bien a la estandarización de los idiomas y los conceptos, para mal a la universalización de conceptos y definiciones erróneas.
El traductor profesional tiene la obligación inherente a su ejercicio y ética de verificar esas fuentes y no endiosarse con ellas. La recomendación general es que en un diccionario enciclopédico, en una edición nueva, encontrará la palabra adecuada por muy nuevo que sea su uso. No hay palabra moderna que no tenga su origen en alguna previa, asentada en esos libros.
Me viene a ejemplo “comfortable” en inglés que ahora en casi todo el mundo hispanoparlante se usa “comfortable”, siendo que la palabra “cómodo” propia del español denota la misma definición en ambas lenguas. Y como esa, muchas y en muchos idiomas que compran extranjerismos y los substituyen por palabras propias con las mismas definiciones. Es verdad, el lenguaje y las palabras cotidianas son las que se usan independientemente de que los expertos las acepten o rechacen y son las que le están dando nuevas formas al lenguaje y por ende marcan su evolución. Ningún experto ni institución podrá obligar a ninguna sociedad ni individuo de que use, acepte o cancele el uso de tal o cual palabra o expresión. El río sigue su curso con todo lo que lleve y con todo lo que se tope. Es la vida del lenguaje, nunca estática.
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